Mírame, buen y gentil Jesús
mientras ante tu rostro me arrodillo humildemente y,
con el alma ardiente,
orar y suplicarte
para fijar en lo profundo de mi corazón sentimientos vivos
de fe, esperanza y caridad;
verdadera contrición por mis pecados,
y un firme propósito de enmienda.
Mientras contemplo,
con gran amor y tierna piedad,
Tus cinco heridas más preciosas,
reflexionando sobre ellos dentro de mí
y recordando las palabras que David,
Tu profeta, te dijo, mi Jesús:
“Horadaron mis manos y mis pies,
han contado todos mis huesos.”
Amén.