¿Cuánto vinagre te he dado,
dado a la sed por la que llorabas,
que sólo tú probaste en agonía
porque su amargura no podía saciar?
Sin embargo, en misericordia profunda, Divina, justísima,
Incluso esto Tú lo aceptaste muy humildemente,
Amando a este Adán hasta el mismo polvo
De ese suelo del Jardín en el que Tú sudaste.
No me pediste más de una hora
en la noche de tu dolorosa angustia.
Pero con los ojos pesados y el corazón cansado,
dormí en el frío de la indiferencia.
Pero de nuevo estoy de la mano de Tu Madre
Y te suplico por el amor que tuve al principio,
Con la esperanza de que a través de ella pueda entender
La herida de Tu corazón y Tu grito: “Tengo sed”.
-Fr. Timoteo J. Draper